
Porque el arte, como el perfume, es una experiencia multisensorial. Y eso era precisamente lo que querían conseguir con sus esculturas en templos y espacios públicos, que admirar una estatua no solo fuese una experiencia visual, sino también olfativa. Se trataba de una experiencia donde el aroma de resinas, flores y ungüentos sagrados envolvía las estatuas, aportando una dimensión olfativa que conectaba a las personas con lo divino, con lo bello y con lo eterno.