Los romanos también se sentían muy atraídos por los perfumes y los aromas. Cuenta la historia que el emperador romano Nerón gastaba auténticas fortunas en aceites perfumados, que en sus banquetes hacía caer pétalos de flores del techo y que soltaba palomas con las alas perfumadas para que esparcieran el aroma por la sala.
También cuentan que en el entierro de su esposa Popea gastó el perfume que los perfumistas de Arabia producían en todo un año. De hecho, tal era la pasión del emperador por los olores y los perfumes que se perfumaba hasta las plantas de los pies. Un auténtico superfan del perfume.