Resulta sorprendente que en la naturaleza aparezca recurrentemente una construcción matemática. En el siglo XIII, el matemático italiano Leonardo de Pisa, conocido como Fibonacci, describió una serie o sucesión que aparece en configuraciones biológicas: en flores de alcachofas y girasoles, en algunas inflorescencias, en las piñas o incluso en la estructura en espiral de algunos moluscos como el nautilus.
La “sucesión de Fibonacci” explica que, empezando por la unidad, cada uno de los siguientes términos de la serie es la suma de los dos anteriores (1,1,2,3,5,8,13…). Y si dividimos cualquier número de la secuencia por el anterior, el resultado siempre se aproxima a 1.61803, conocido como el “número áureo” representado por letra griega phi (por eso también se denomina a esta serie “secuencia dorada”).
Se atribuye un carácter estéticamente bello a los objetos cuyas medidas guardan la proporción áurea, tan apreciada por los griegos.